lunes, 28 de abril de 2014

ENTRE LO SACRO Y LO PROFANO: EL MUSEO COMO SANTUARIO

Urna con osamentas. Exposición México 200 años. La patria en construcción. Galería Nacional del Palacio Nacional (20 de septiembre del 2010  al 30 de julio del  2011). Ciudad de México. 

Con la transformación del gabinete de curiosidades del siglo XVI al museo contemporáneo del siglo XXI, los santuarios religiosos dejaron de ser los únicos sitios donde podía rendirse culto a objetos maravillosos, únicos y asombrosos.  En un sentido retórico, el coleccionista primero y el museo después,  revelaron los primeros indicios de un fenómeno que llamaré “sacralización de las reliquias seculares”.

Pero primero, ¿qué entendemos por reliquia?  La palabra proviene del latín reliquia-reliquiae, es decir restos. Por extensión, en el mundo cristiano se entiende como  los restos de los santos, mártires, beatos, partes del cuerpo como huesos o algún objeto con el que mantuvo contacto físico. La fascinación por las reliquias surgió primero con las Cruzadas durante la Edad Media, teniendo una segunda época de gran importancia después del Concilio de Trento (1545 – 1563). Desde el punto de vista de Jean Delumeau su culto se sustenta en el sentimiento de seguridad que produce la relación directa con un objeto al que se le reconocen facultades sobrenaturales. En este sentido,  las reliquias de los santos cumplen con funciones de protección y como vehículo de intercesión gracias a sus propiedades taumatúrgicas.

El museo contemporáneo tiene una pasión por las reliquias y entiende el poder simbólico que ostentan. Bien pueden ser fragmentos de los huesos de un mártir cristiano o los restos mortales de un mártir secular caído en la defensa de la patria. ¡Cuántos intentos no hay en el lenguaje contemporáneo de sacralizar los artefactos seculares: los héroes nacionales son “mártires”, sus huesos son “reliquias” y sus tumbas “altares a la patria”! Los paralelismos entre ambos ilustran la idea del museo contemporáneo como un santuario, entendido éste como el sitio o emplazamiento que en principio es considerado sagrado por una comunidad específica y que está destinado al culto y peregrinaje.

Presentadas con luces dramáticas, en vitrinas y nichos bellamente ornamentados -que más asemejan a un santuario que a una galería de historia- las reliquias seculares son “sacralizadas”. En este contexto, los huesos de los próceres ostentan facultades simbólicas escenificadas para su interpretación y asimilación por el nuevo peregrino: el visitante al museo contemporáneo.  


En sus variedades de gabinetes de maravillas o santuarios a la patria queda finalmente la pregunta si los museos contemporáneos son realmente instituciones seculares o bien, espacios que tienen por función confiscar de los objetos de la cristiandad su carácter sacro en tanto sacralizan los objetos de la historia para su “culto” cívico. Esta aparente ambivalencia podría ser considerada un síntoma de los tiempos inciertos e incluso ambiguos que experimenta el museo en cuanto a la diferenciación entre lo sacro y lo profano, un debate que podría depender del balance final entre las tres fuerzas que lo dominan: la política, la ciencia y el arte. En tanto, el museo permanece como un santuario destinado al culto y al peregrinaje, una transferencia o desplazamiento de significados desde lo sagrado a lo secular, y de lo secular a lo sagrado.  

lunes, 7 de abril de 2014

¿A QUÉ HUELE LA HISTORIA?

Los olores remiten directamente a la memoria y al inconsciente, evocan recuerdos y emociones; provocan atracción o rechazo. Neutros, fragantes o apestosos, existen a pesar de nosotros mismos: podemos cerrar los ojos, pero no dejar de oler. Y aún así, frente a esta inmediatez fisiológica, la vista continúa hegemónica, relegando el olfato a un segundo plano en el reino de los sentidos y por ende, del constructo cultural.

En el Centre for Sensory Studies (Centro para los Estudios Sensoriales) de la Universidad Concordia de Canadá, los investigadores David Howes y Anthony Synnothan estudian interdisciplinariamente la vida social  y la historia de los sentidos. En cuanto al olfato, el Centro distingue ente los olores naturales, los manufacturados (como los perfumes y la contaminación) y los  simbólicos, que actúan en nosotros como metáforas olfatorias del mundo que nos rodea. Por supuesto que estos últimos resultan ser los más interesantes y los más difíciles de describir. Si esto ocurre con los olores del presente, ¿qué ocurrirá con los olores del pasado?

¿La historia apesta?

Entonces ¿a qué huele el pasado? ¿La historia podría tener olor? En la última década, historiadores, conservadores, curadores y artistas han experimentado con los aromas primero para registrar, y posteriormente representar y reconstruir el olor de edificios, sitios y ciudades históricos. Esta exploración de lo que podríamos llamar paisajes olfativos, sigue la misma tendencia de la historia cultural aplicada a los paisajes sonoros, una manera de crear y acceder a fuentes de información relacionadas a la cultura inmaterial mediante la grabación de sonidos del presente para su posible consulta en el futuro. Incluso, trata sobre la recreación de sonidos de épocas anteriores. Esto ya había tenido cabida por ejemplo en la música, donde en ocasiones los instrumentos antiguos son empleados en la interpretación como es el caso de la labor que realizan Jordi Savall y Eduardo Paniagua.


En cuanto al sentido del olfato, llamó recientemente mi atención la nota del Huffington Post que tiene por título: "Exhibit reveals scent of industrial revolution and other horrid historic smells" ("Exhibición rebela el aroma de la revolución industrial y  otros horribles olores históricos") y que trata de una muestra llevada a cabo en el Centro SPUR de San Francisco bajo el título de Urban Olfactory . En ésta, se invita a los visitantes a hacer un recorrido histórico y sensorial al colocar su nariz en 18 diferentes contenedores que reproducen olores como el que podría haber inundado  a la ciudad de Paris en 1738 que, de acuerdo a la nota, es una experiencia maloliente notas de "mal aliento, olor corporal y alcantarilla desbordada". 



El reportaje concluye comentando que la exposición, curada por David Gissen e Irene Cheng del California College of the Arts y con aromas elaborados por reconocidos perfumeros como el francés Christophe Laudamiel: "conmemora los esfuerzos de la historia en la última década para registrar y reconstruir los olores históricos para mejor comprender la fuerza de los sentidos en el impulso del cambio". En efecto, es posible a través de la experiencia del olfato comprender mejor las condiciones de vida de los franceses del siglo XVIII y las circunstancias que llevaron a una revolución social.

A la búsqueda del aroma perdido

Uno de los problemas para tener aquí y ahora un aroma del pasado es el cómo y dónde obtener la información de algo que por su propia naturaleza es inasible. Me parece que documentación para poder llegar a reconstruir un aroma histórico proviene de las fuentes escritas y especialmente, de las fuentes literarias. Por ejemplo, las descripciones que Charles Dickens hizo del Londres del primer tercio del siglo XIX recrean de manera muy vívida una ciudad en tránsito hacia la modernidad donde el humo y el hollín producido por las chimeneas, la insalubridad de las calles, el agua estancada  y la polución del ambiente pueden casi olerse en cada página. Recordemos la célebre novela de Patrick Süskind, El perfume (1986), como un ejemplo contemporáneo de la manera en que la literatura es capaz de evocar el pasado en la mente del lector mediante la descripción acuciosa de los olores y sobre todo, de metáforas olfatorias relacionadas a los mismos.


Propongo distanciarse por un momento de la hegemonía de la mirada y abandonarse de vez en cuando a las sensaciones que un aroma, o la mera descripción literaria o histórica del mismo, puede tener sobre nosotros. Es un experimento que bien vale la pena intentar y por qué no, promover.