lunes, 24 de febrero de 2014

¿DEBERÍA PROHIBIRSE EL INGRESO DE NIÑOS AL MUSEO?

La galerista Stephanie Theodore @TheodoreArt subió a Twitter esta foto acompañada del siguiente comentario: “Holy crap. Horrible kids, horrible parents.” En el acto, Stephanie conminó a los padres a retirar a su vástago de la escultura de Donald Judd "Sin título" (1980) a lo que ellos se negaron rotundamente argumentando que la quejosa no sabía nada de niños. Evidentemente, los padres tampoco. Luego, llegó seguridad. 

  ¿Una siesta m'hija? Cosas que pasan en la Tate Modern cuando nadie mira 

Radicalizar posturas frente al público nunca ha sido productivo en el debate sobre los museos y sus visitantes. Por un lado, se toma como muy loable, democrático e incluyente el tomar decisiones destinadas primordialmente a satisfacer sus necesidades, esperando así alcanzar los ansiados números en taquilla y la deferencia de la comunidad y los patrocinadores. Pero en contraste, ¿no se estará primando la satisfacción del público frente al cumplimiento de la misión del museo? Y más aún, ¿no se estará considerando al público infantil y familiar como privilegiado frente a otros tipos de público?

Ya comentaba sobre el mismo tema en La dictadura de la taquilla. Ahí menciono que la misión del museo es generar conocimiento, realizar investigación, fomentar la creatividad y ejercer la conservación; además, claro está, de atender al público y preparar exposiciones.  Por eso mismo, primero habrá que definir lo que sí es un museo y lo que no es. Me parece que no es un parque de diversiones ni un salón de fiestas;  tampoco es un santuario religioso, ni una logia sólo para iniciados. Entonces, ¿cómo encontrar el punto medio frente al público?

Dos ejemplos: en tanto que la Frick Collection de Nueva York no permite la entrada a menores de doce años y es un espacio plenamente contemplativo donde todos hablan en voz baja, el Exploratorium de San Francisco anima a sus pequeños visitantes a tocar absolutamente todo y trasladarse velozmente de una demostración científica a otra en una especie de maratón interminable. ¿Cuál de los dos museos tendrá la razón? Para mí, ninguno está equivocado.

Creo que una de las claves para la toma de decisiones hacia el visitante está en conocer las fortalezas y debilidades de cada museo para entonces poder segmentar de la mejor manera su público. El objetivo es ofrecer información y actividades específicas para cada demografía detectada. No hay tal cosa como una exposición, un taller o una conferencia para “el público en general”, lo que hay son generalizaciones que banalizan el estudio y análisis de los hábitos, demografías y experiencias de los visitantes.

Si la niña en la Tate Modern decidió –al parecer, animada por sus padres- utilizar la  escultura de Donald Judd como litera, habrá que reflexionar sobre si la muestra en cuestión estaba preparada para un recorrido de público familiar auto guiado o no. Si partimos de la idea que no existe “el público en general” entonces habrá que ofrecer recorridos y espacios diseñados para cada segmento en particular, y de esta manera intentar evitar en la medida de lo posible el tedio y aburrimiento en el museo por parte de familias como ésta.


Por supuesto que siempre habrá públicos más difíciles que otros. También, siempre habrá padres permisivos con niños malcriados que arruinan la experiencia de todas las víctimas a su alrededor.  Si hay justicia en este mundo, cuando la pequeña crezca, querrá ser artista, y en sus obras, los niños limpiarán sus manitas amarillas y olorosas de haber comido una bolsa entera de Cheetos. De mí se acuerdan. 

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