miércoles, 30 de septiembre de 2009

MUSEO DEL ACERO HORNO³

En 1986 la planta productiva de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey cerró sus labores después de más de 80 años de trabajo casi ininterrumpido. [1] Esta empresa, símbolo de la industrialización del norte de México a principios del siglo pasado, marcó con su presencia el ritmo de vida y la identidad comunitaria de la ciudad. Después, con su ausencia, cedió paso a la realización de un ambicioso proyecto de desarrollo cultural, económico y social que, a mi parecer, aún no encuentra paralelo en el país.

Después de permanecer algún tiempo en el abandono -sufriendo el consecuente saqueo y deterioro-, se crea en 1988 el fideicomiso para la administración de los terrenos y antiguos inmuebles de la Fundidora. Entonces se gestó el concepto del lo que posteriormente se convertiría en el emblemático Parque Fundidora de Monterrey: un espacio de acceso público formado por inmensas áreas verdes, andadores peatonales, foros para espectáculos, museo, cineteca, hotel, centro de convenciones y hasta un río artificial; todo ello aprovechando el espacio que ocupara la antigua empresa metalúrgica. (http://www.parquefundidora.org/).

Un paso importante en el proyecto fue que en el 2001, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) nombrara con gran justeza Sitio de Arqueología Industrial al conjunto de Fundidora. De entre los muchos inmuebles que formaban parte de éste se encontraba el Alto Horno No.3, el cual empezó a ser restaurado hace sólo cuatro años, en el 2005. La finalidad de la intervención era el integrarlo a un proyecto museístico de amplios alcances, entendido como un centro de aprendizaje de ciencia y tecnología, además de sitio de conservación histórica del patrimonio industrial. Una vez terminada la restauración -que fue coordinada por Elisa Ruvalcaba Lobo- se continuó con el proyecto arquitectónico del museo el cual quedó a cargo del británico Nicholas Grimshaw, quien trabajó en asociación con el despacho regiomontano Oficina de Arquitectura (http://www.oficinadearquitectura.com/). El edificio se completó en un tiempo récord: de marzo del 2006 a agosto del 2007, mes en que el Museo del Acero Horno³ fue abierto al público. Vale la pena comentar que la museografía y el guión temático estuvieron a cargo del despacho canadiense AldrichPears Associates (http://www.aldrichpears.com/).

La revista electrónica Expansión, en su edición de octubre del 2007 describe muy atinadamente al Museo del Acero Horno³ de la siguiente manera: “el programa contempla cuatro espacios principales correspondientes a los cuatro atractivos del Museo: La Galería de Historia, ubicada en el antiguo cuarto de ingreso de carros torpedos y ferrocarril; La Galería del Acero, un nuevo edificio sobre el durísimo suelo del patio de escoria de acero, con una atractiva cubierta a base de placas plegadas formando una planta circular de compleja geometría. El resto de la cubierta se trató con jardines en forma de talud. En la Casa de Vaciados, frente a la boca del horno, se rinde un gran homenaje con el impresionante Show del Horno, una exhibición multimedia que, apoyada en sofisticados efectos especiales, recrea la producción de acero, sincronizada con una proyección de video con filmaciones reales de aquellos años. Finalmente, el cuarto atractivo es la recuperación del elevador inclinado que subía los materiales a más de 40 metros para su vaciado, pero en esta ocasión servirá para transportar a los visitantes a la Cima del Horno, donde se aprecian vistas espectaculares de la ciudad. El programa se complementa con la conversión del cuarto de malacates en oficinas administrativas, mientras que el cuarto de controles es ahora un moderno Café. En las áreas exteriores se mantuvieron todos los elementos y plataformas originales.” [2]

Este pasado fin de semana tuve la oportunidad de visitar por primera vez el Museo del Acero Horno³. En mi visita me di cuenta que este recién inaugurado recinto cuenta con la esmerada atención de su personal, que las exhibiciones permanentes son informativas, muy atractivas, dinámicas y educativas a la vez; y que el inmueble equilibra exitosamente la arquitectura moderna adaptada y los restos del pasado industrial. El recorrido general me tomó poco más de dos horas, incluyendo la Galería del Acero, la Galería de la Historia, el Show del Horno, el Paseo por la Cima y la tienda del Museo.

Además de la originalidad y funcionalidad de los elementos interactivos que componen las dos Galerías, posiblemente las dos actividades más destacables en el Museo del Acero Horno³ sean el Show del Horno y el Paseo por la Cima. No se las pierdan. El Show del Horno, aunque solamente dura diez minutos, es una experiencia casi vivencial sobre la fundición y la forja metalúrgica. Es un espectáculo que despierta en el espectador emociones y sentimientos al tiempo de proporcionarle importante información sobre la historia y el funcionamiento del Alto Horno No.3. Al final, se invita a los asistentes a acceder al interior de éste, donde el verdadero espectáculo es la grandeza constructiva de una mole de ladrillo refractario que ha conservado las huellas de uso y los accidentes de la fundición. Este gigante dormido – como le llaman en el show al Alto Horno No.3- me pareció una rara especie de volcán artificial, creado y domado por trabajadores mexicanos que, de acuerdo a los testimonios en el video sincrónico al espectáculo, estaban muy orgullosos de trabajar como Vulcanos modernos en la Fundidora.

Por si esto del show fuera poco, a continuación se realiza el Paseo por la Cima, un emocionante –y muy seguro- recorrido auto guiado donde el visitante puede apreciar de cerca y a una gran altura el prodigio de ingeniería y técnica que representa la superestructura del horno. A través de rampas y puentes construidos ex profeso se puede, literalmente, caminar en el aire, apreciar e interesarse no sólo en la historia del patrimonio industrial, sino también identificar su belleza como conjunto armónico, como una bellísima escultura industrial con sus propios valores significativos y estéticos.

En definitiva el Museo del Acero Horno³ tiene muchas virtudes, siendo tal vez la principal que como oferta museística ha alcanzado un perfecto equilibrio entre información, entretenimiento y estética. Las instalaciones son inmejorables, la museografía es de vanguardia, los contenidos son exactos y la experiencia general inmejorable. Si usted visita la ciudad de Monterrey, quiere conocer la fuerza de trabajo y el carácter industrial que la caracterizan, mi recomendación sería el ir al Museo del Acero Horno³ donde, como dice el eslogan, la ciencia y la tecnología están al rojo vivo.

[1] Museo del Acero. La creación de un ícono. De sitio de arqueología industrial a museo de clase mundial. GRAFOTEC, S.A. DE C.V. México, 2008
[2] ARMANDO CARRANDO “Museo del Acero. El renacer de un gigante” en la revista electrónica CNN Expansión, 17 de octubre del 2007. http://www.cnnexpansion.com/obras/museo-del-acero-renacer-de-un-gigante

martes, 15 de septiembre de 2009

EL IPHONE DE VÍCTOR RODRÍGUEZ

Un año antes de morir, Edouard Manet (1832 – 1883) pintó el óleo Un bar en el Folies-Bergère, una enigmática obra que en sí misma podría resumir varios de los ideales estéticos y temáticos del grupo impresionista. Los habitantes de la noche parisina se convertían en el leitmotiv favorito de artistas que, como Manet, revolucionarían la pintura mediante nuevas formas de representación de la luz y del color.

En Folies-Bergère/Diamond (2008), Víctor Rodríguez (n. México, 1970) también experimenta con la representación pictórica, distorsionando con lo que a simple vista parecería “real”, o al menos lo que podríamos llamar una imagen casi verosímil del mundo de lo visible. La modelo de Rodríguez está parcialmente oculta detrás de una postal del Folies-Bergère de Manet. Sus manos -con las uñas pintadas de negro como dicta la última moda-, sostienen lo que podría parecer una pintura impresionista en miniatura. Un cuadro que dentro de otro cuadro resulta en un entretenido juego de espejos y semejanzas, haciendo de la imagen una perfecta hipérbole neorrealista. No es coincidencia que tanto la modelo de Rodríguez como Suzon, la cantinera del Folies-Bergère, tengan el mismo peinado, o que ambas porten un collar con un dije plateado al cuello, además del solitario de diamante que también da nombre a la obra en cuestión.

Esta no es la primera vez que Víctor Rodríguez hace alusión a las pinturas de “antiguos maestros” como Manet. En otras de sus obras podemos ver guiños a Picasso, George de la Tour, José de Ribera o incluso a Miguel Ángel y la Capilla Sixtina. En cuanto a sus referencias al impresionismo francés, la pintura El escándalo de Olimpia del 2006 nos muestra una mano –la del propio Rodríguez- en el acto de pegar en la pared una postal de la Olimpia de Manet con un prosaico trozo de masking tape. En otra obra del mismo año, Salon – un título que sugiere los salones de arte europeos del siglo XIX-, vemos pinchadas a la pared dos postales con las celebres obras El pífano y El desayuno sobre la hierba, ambas de Manet también, colocadas como en una especie de galería fotográfica privada. Frente a éstas, otra vez la mano del autor sostiene una bombilla de luz incandescente que por su escala denota el tamaño de las postales y que por su convexa transparencia deforma las imágenes.

Finalmente en la pintura iPhone/Manet del 2009 vemos una vez más la mano de Rodríguez sosteniendo este gadget de la Apple en cuya pantalla se observa la imagen parcial del cuadro de Olimpia. En esta ocasión, el recurso tecnológico sirve para coleccionar, agrupar y clasificar las reproducciones fotográficas de las obras de arte, un museo imaginario del que el artista y ahora el espectador son cómplices y por qué no, partícipes. Como yo, que ahora tengo iPhone/Manet en mi álbum de fotos del iPod touch segunda generación.

La obra de los impresionistas franceses, así como la del mexicano Víctor Rodríguez, deben mucho de su discurso visual a la utilización de la fotografía como un recurso constructivo de la imagen. En el caso de la pintura de Manet, las formas recortadas y la agresividad tonal pudieran tener su origen tanto en su fascinación por la pintura española del siglo de oro -en especial la de Velázquez-, como en su interés por los efectos lumínicos de la fotografía decimonónica, especialmente aquélla realizada en interiores y bajo iluminaciones artificiosas como la que podría haber existido en el afamado Folies-Bergère. Entre 1860 y 1880 la fotografía de estudio realizada bajo iluminación artificial aumentaba los efectos de la llamada aberración fotográfica, donde cualquier transición entre grises intermedios era eliminada, predominando el alto contraste entre luces y sombras. Esto no descarta que a los artistas del impresionismo francés también favorecieran la pintura à plein air, al aire libre, obviamente también en la búsqueda de la luz natural y sus efectos en la forma y el color.

En cuanto a Víctor Rodríguez, la mayor parte de su pintura es “fotoderivada”, es decir, que proviene de fotografías, las cuales copia mediante una meticulosa cuadrícula o bien, a partir de su proyección sobre el lienzo. La obra es terminada utilizando el aerógrafo o pincel de aire, un instrumento utilizado sobre todo en el ámbito de la ilustración publicitaria y el mundo del cómic. Este recurso otorga a sus obras un acabado inalterable, liso, flawless como dirían los norteamericanos. Así es en cuanto a la técnica, pero ¿qué hay de las temáticas? De acuerdo al crítico de arte Naief Yehya, gran parte de la pintura de Rodríguez parecerían “imágenes deliberadamente descuidadas que podrían haber sido sacadas de un álbum de recuerdos familiares (de una familia de psicópatas con delirios cromáticos)…”.

En muchas de sus pinturas vemos varias de las aberraciones fotográficas que preocupaban a los pintores y teóricos del siglo XIX: los fueras de foco, la poca profundidad de campo y los flashes violentos que recortan y aplanan figuras, saturan los colores y provocan fuertes contrastes entre luces y sombras. Todas estas distorsiones han sido muy bien utilizadas por Víctor Rodríguez para crear un alterado sentido de la realidad, un falso sentido de la perspectiva, una extraña visión del mundo ópticamente trastornado pero fotográficamente posible.

El impresionismo fue la primera vanguardia que desmintió el concepto académico de representación directa de la realidad buscando plasmar en su pintura la experiencia natural de la observación bajo el principio de que la vista no distingue volúmenes y colores definidos, sino manchas y perfiles desdibujados que en su conjunto forman una “impresión”. En ese sentido, entiendo muy bien por qué a Víctor Rodríguez pudiera gustarle la obra de Edouard Manet quien, como los maestros del barroco, buscaba afanosamente en su pintura las distintas calidades de los efectos lumínicos y cromáticos.

La posibilidad de representar la realidad visible en la pintura y en la fotografía es un tema todavía ampliamente controvertido y base de la irremediable dicotomía que separa la imagen fotográfica y la imagen pictórica. A favor y en contra de este argumento, y como Pierre Bourdieu diría, la fotografía siempre será un arte intermedio, a medias entre lo culterano y lo vulgar, entre lo común y lo extraordinario. No que la pintura sea del todo diferente ¿o sí?

Para terminar, el día de hoy les recomiendo ampliamente asistir a la exposición titulada Víctor Rodríguez. Pintura 1997 – 2009, la cual permanecerá abierta en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) hasta el próximo mes de noviembre. La curaduría de las 32 obras expuestas fue realizada por Jorge Contreras a partir de colecciones privadas, algunas públicas y por supuesto, con el apoyo de la galería Ramis Barquet. Aquí podrán ver, entre otras, la obra Folies-Bergère/Diamond, luego me cuentan qué opinan.

Imagen: VÍCTOR RODRÍGUEZ (n. México, 1970). Folies-Bergère/Diamond, 2008. Acrílico sobre tela. 203 x 203 cm. Colección Tani y Thomas Brundage. Foto de Roberto Ortíz para el catálogo de la exposición Víctor Rodríguez. Pintura 1997 – 2009, MARCO Monterrey.

martes, 1 de septiembre de 2009

GRACIELA ITURBIDE. UN VIAJE AL CENTRO DE SÍ MISMA

Esa mañana de domingo tomé un taxi que me llevaría a la casa de la fotógrafa Graciela Iturbide en el barrio del Niño de Jesús, Coyoacán. Entonces me encontraba haciendo la curaduría de la exposición Graciela Iturbide. Un viaje al centro de sí misma, próxima a inaugurarse en el Museo Arocena. Graciela me dijo que al llegar a la dirección encontraría un arco florido dedicado a la Virgen de Guadalupe. En efecto ahí estaba, en la calle y número señalados. Toqué al timbre y al poco tiempo me recibió la más reciente ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ya cómodamente instaladas en su sala, platicamos del museo y la exposición, de sus nuevos proyectos, de las amistades de toda la vida y de los hallazgos e influencias algo inesperados.

Empezamos hablando de Manuel Álvarez Bravo. Tal vez lo que guió su mirada al principio de su carrera en los años setenta fue el consejo del maestro: “hay que ver mucha pintura, no fotografía, porque ahí se aprende la composición”. Graciela lo describió como “un maestro maravilloso porque escuchabas música con él, te recomendaba libros, ibas a ver exposiciones con él, y bueno, era un poeta, qué más quieres en la vida.” Hace una pequeña pausa y continúa: “Fui asistente más de la vida que de la foto. Aprendí mucho más con su ejemplo, el arte popular, las piezas prehispánicas que le gustaban, cuando se asombraba con algo que me enseñaba, de pintura o de foto. Fue un maestro muy peculiar como en la Edad Media.” A la pregunta de si ahora ella se considera una maestra para nuevas generaciones, para mi sorpresa, contestó algo incrédula que no, porque de técnica no sabe mucho.

La reflexión se dirigió entonces hacia las influencias que ella misma podría reconocer ahora en su obra. Respondió que le encanta la pintura del renacentista italiano Piero de la Francesca y la filmografía de Andrei Tarkovski. En el campo de la fotografía, se inclina por Álvarez Bravo por supuesto, y por Robert Frank. También admira profundamente al ya fallecido Christer Strömholm -“lo adoraba”-, y al checo Josef Koudelka -“íntimo amigo mío”-. De hecho, gracias a la enorme amistad que logró entablar con ambos, Iturbide recibió a cambio varias de sus fotografías, las cuales atesora en los espacios más íntimos de su casa.

“Conocí a Strömholm en Suecia –cuenta Graciela- siempre me había gustado su fotografía. Lo visité varias veces y le dije que si podíamos intercambiar una foto, que si la podía comprar y me llegaron tres: un niño con caracoles, este travesti con la serpiente que lo tomó en París y la señora de Barcelona que es un travesti también.” [1] Después confiesa con cierta emoción, que “no me canso de ver al niño, es una imagen que me hubiera gustado hacer”.

En el caso de Josef Koudelka, Graciela nos confió que cuando el autor ha visitado México, se ha quedado en su casa, durmiendo en un sleeping, como es su costumbre desde hace años. “Yo nada más tengo dos (fotografías) de Koudelka –prosigue- porque a nadie le da fotos y ya no vende. Le paguen lo que le paguen no las vende. Y mira que Koudelka es íntimo amigo mío. Me regaló el perro y los cohetes y yo decía ¡no puede ser! Cuando le dije quiero la del perro, el me contestó no, no, es muy difícil de imprimir, no te la puedo regalar. Es que Koudelka toma y muchas veces ni se da cuenta técnicamente de lo que hace, es tan artista que no le importa. El que sufre es su laboratorista”, haciendo referencia a una de las obras más célebres del fotógrafo checo titulada Francia de 1987. [2]

Fue a partir de estas imágenes, y en absoluta complicidad con la fotógrafa, que se realizó el proyecto de exposición del Museo Arocena. La intención era llevar a cabo un ejercicio de libre asociación ideas para encontrar -un poco inesperadamente para Graciela- la influencia de Strömholm y de Koudelka en su propio trabajo. Ella misma afirmó: “Cuando tú me dices que haga una relación de quienes me han influenciado, son muchos (…) pero son influencias que van pasando por ti, se van filtrando (…) pero que poco a poco te van formando y en tu lenguaje van apareciendo. Tienes en la memoria ciertas imágenes, pero también hay que tener cuidado…cuando ves una que se parece demasiado, no puede ser. Pero me encantó la idea, porque a mí nunca jamás se me hubiera ocurrido.”

A través de este proceso de observación y comparación, vemos que Iturbide, Koudelka y Strömholm compartieron algo más que el oficio y la amistad. Son fotógrafos tenaces, disciplinados, con una enorme necesidad de explorar las profundidades de la naturaleza humana, para lo cual han realizado intensas labores de campo que podían durar años: Koudelka con los gitanos, Strömholm en el mundo del teatro y el travestismo, e Iturbide en las comunidades indígenas de Oaxaca y Sonora. La misma Graciela comentó para esta entrevista: “captar a la gente a través de la cámara (es) una manera de establecer complicidad con ellos, una forma de llegar a conocer su cultura, sus leyendas, sus costumbres. Al penetrar en otra cultura a través de la fotografía, comencé también a descubrirme a mí misma.”

Pero, ¿qué hay de los fotógrafos más contemporáneos? ¿Hay alguno que a Graciela Iturbide le interese actualmente? Siempre le han intrigado las imágenes del brasileño Miguel Rio Branco –a quien propuso como candidato al premio a la fotografía internacional Hasselblad, que ella acaba de ganar el año pasado- y que le encantan las imágenes de la joven suicida, Francesca Woodman, cuya obra acaba de descubrir recientemente y a quien describe como “su heroína” mientras me muestra un libro con fotografías de esta autora. Igualmente se confesó seguidora de la obra del japonés Daido Moriyama, un autor a quien ella estaría muy contenta de conocer en una próxima residencia artística en Japón, “aunque no sé si él quiera conocerme a mí”.

Graciela está llena de nuevos proyectos relacionados a muestras fotográficas y a publicaciones sobre su acervo. Últimamente también se ha dedicado a formar una “pequeña colección de fotografía vernácula” que adquiere en mercados de pulgas como La Lagunilla en el DF, y de la que le gustaría hacer un libro. De estas piezas de fotografía de estudio antiguas o de snapshots de la vida cotidiana nos dice que le gusta “la mirada inocente del fotógrafo que no es profesional y que a veces puede tomar una foto mejor que los profesionales, ya sea por talento o por accidente”. En esta categoría ubica también a las “fotoesculturas” o retratos en tercera dimensión que le gustan tanto y de las que también ha comprado varias. Orgullosa, me presume que ya localizó a un artesano en la Villa de Guadalupe que todavía las hace: “cuando quieras te digo cómo llegar”.

En su archivo trabaja “todos los días”, no sólo para mantenerlo en orden y bien cuidado sino también porque en ese proceso descubre imágenes que anteriormente había pasado por alto o que simplemente no recuerda haber tomado. Afirma que su gusto ha cambiado con el paso del tiempo y que en ocasiones, fotografías que le interesaban antes, ahora no le interesan de la misma manera. En ese sentido, aunque no le molesta ser reconocida por sus obras más difundidas como la Mujer ángel o Nuestra señora de las iguanas, aseguró que estaría satisfecha si se pusiera la misma atención en su obra más reciente. Por ejemplo, de la retrospectiva en la Fundación Mapfre de Madrid de este año nos cuenta que los organizadores querían usar para la portada del catálogo la imagen El señor de los pájaros y que ella prácticamente tuvo que suplicarles que pusieran una de sus fotografías más nuevas: Cohetes, Chalma del 2008. Por suerte, se salió con la suya.

Entre risas nos cuenta: “la señora de las iguanas y la mujer ángel me siguen para todos lados. Bueno, ellas caminan para todos lados, yo ya no tengo nada que ver (…) tuve un sueño, que se quemaba mi casa, y yo decía ¡ay mis negativos! De los negativos salían (ellas) caminando ya como personas la mujer ángel con su grabadora y la señora con sus iguanas”. Prueba irrefutable de su autonomía…

Finalmente, a la pregunta ¿qué es lo que te impulsa a tomar una fotografía? Graciela Iturbide responde simplemente y con una sonrisa: “Tomo una foto cuando algo me sorprende, nunca pienso qué quiero hacer exactamente”.

Quiero aprovechar esta entrada para agradecer nuevamente a Graciela Iturbide y a su galerista Ramón López Quiroga por todas las facilidades prestadas para realizar este proyecto. Graciela Iturbide. Un viaje al centro de sí misma se presentará en el Museo Arocena, de septiembre de este año a marzo del próximo, como parte del festival Fotoseptiembre 2009 “Diálogo y memoria”.

[1] Se refiere a las obras de CHRISTER STRÖMHOLM (Suecia, 1918 - 2002): Jura, Suiza, 1949; París, 1970 y Barcelona, 1959, en ese orden. Las últimas dos forman parte de la exhibición.
[2] Las otra obra de JOSEF KOUDELKA (n. Checoslovaquia, 1938) a la que Graciela hace mención se titula España, 1971, la cual estará en exhibición en esta muestra.

IMAGEN:
GRACIELA ITURBIDE (n. México, 1942)
Autorretrato con serpientes
Oaxaca, México, 2006
Plata/Gelatina
Colección de Graciela Iturbide