lunes, 22 de junio de 2009

EL FALSO REY TUT O LOS MUSEOS COMO ENTRETENIMIENTO

Después de pasar varios años viviendo del patrocinio de los millonarios aficionados a la arqueología, el británico Howard Carter hizo en 1922 el descubrimiento de su vida al encontrar la tumba del faraón Tutankamón. El hallazgo era magnífico, cientos de tesoros llenaban las cámaras funerarias. La cantidad de objetos encontrados fue tal, que Carter tardó una década en registrar cada uno de ellos.
La cara oscura de esta relación entre mecenazgo y arqueología fue el expolio del patrimonio encontrado y su consecuente venta a museos europeos y norteamericanos. Pero increíblemente, los objetos hallados en la tumba de Tutankamón no sufrieron esa suerte. Las piezas más célebres, como la máscara de oro y lapislázuli del faraón, se resguardan desde entonces en el arcaico y precario Museo Egipcio del Cairo, de donde no han salido desde la década de los sesenta.
Enfrascado en un muy necesario proyecto de renovación de sus instalaciones, el museo tendrá que cerrar de manera escalonada sus salas, dejando temporalmente fuera sus obras más taquilleras. Tal vez esta rehabilitación museográfica haya sido la inspiradora de una singular estrategia de difusión por la cual la tumba de Tutankamón viajará a otros espacios.
La muestra itinerante titulada Tutankamón: la tumba y sus tesoros, organizada por la empresa de espectáculos y macro conciertos alemana Semmel -que no por los egipcios- actualmente se encuentra en el Museo Marítimo de Barcelona.[1] La sede anterior fue Múnich y al término de su paso por tierras españolas se presentará en otras ciudades europeas.[2]
Lo peculiar de esta exposición reside en que está íntegramente conformada por copias. Así es. Alrededor de mil reproducciones de todos y cada uno de los objetos encontrados por Howard Carter en la tumba del faraón. Y no solamente eso, sino que también se realizaron reconstrucciones tridimensionales en escala 1:1 de los tres espacios del sepulcro: antecámara, tesoro y cámara funeraria. Supongo que algún permiso habrán dado las autoridades culturales egipcias para que esto fuera posible.
Los objetos fueron manufacturados por artesanos de ese país, quienes hicieron uso de distintas técnicas como el moldeado en yeso y resinas plásticas, la aplicación de hoja de oro, la policromía y por supuesto, el patinado de las piezas para otorgarles ese deseable acabado “vetusto”, indispensable para hacer las copias más verosímiles.
Esta exhibición es un buen pretexto para cuestionarnos la diferencia que pudiera existir entre la experiencia del público frente a las reproducciones y frente a obras originales. También nos lleva a preguntarnos cuál es la validez de exhibir copias, y si es posible obtener información, aprendizaje o algún goce estético de las mismas.
Al parecer, los organizadores de Tutankamón han sido honestos al no pretender dar lo que vulgarmente llamamos “gato por liebre” a un público ansioso de sentirse como en una película de Indiana Jones. Tal vez a la gran mayoría de los visitantes le va a tener sin cuidado la aclaración, ya que se espera que el perfil del asistente sea semejante al que frecuenta los parques temáticos o los centros comerciales.
Aún así, no es del todo condenable que una muestra esté conformada íntegramente por copias, siempre y cuando éstas hayan sido realizadas con los mejores criterios de respeto al original y se advierta claramente de su naturaleza. Tutankamón tiene la ventaja de que al disponer sus reproducciones en “escenarios” a tamaño natural de las cámaras funerarias tal y como se encontraron in situ por Howard Carter, estas copias pueden dar más y mejor información acerca de la tumba y sus características que aquellos invaluables originales solitariamente colocados en las deterioradas vitrinas del Museo del Cairo.
Pero la muestra Tutankamón todavía da un paso más allá. Los objetos están en atmósferas dramáticas, con luces teatrales, en juegos de claroscuro muy convenientes para ocultar cualquier defecto que pudiera tener la reproducción, pero también adecuados para provocar emociones en el espectador, el cual seguramente quedará muy impresionado, tal y como lo estaría frente al brillante aparador de una joyería o un árbol de navidad. De hecho tríptico de la muestra lo confirma como sigue: Los autores de la exposición han conseguido armonizar los efectos audiovisuales, el lujo de los objetos expuestos y el planteamiento didáctico de tal manera que no queda espacio para el aburrimiento.
Este afán mediático puede ser comprensible cuando los museos enfrentan una competencia feroz ante la industria del ocio. La predominancia de entretenimiento fácilmente digerible, entregado en lugares públicos como los complejos multisalas de cine, los parques temáticos e incluso los centros comerciales; ha banalizado a las audiencias. De ahí que algunos museos hayan recurrido a realizar exposiciones como una forma de espectáculo, en un intento algo desesperado por acceder a una tajada de la industria del entretenimiento.
Como profesionales de los museos debemos huir de los extremos: ni hacer tediosos discursos que menosprecien al público, ni trivializar a la institución haciendo actividades lúdicas sin contenido con la única intención de matarle el ocio (y la inteligencia) a las audiencias.
En Tutankamón: la tumba y sus tesoros no todo lo que brilla es oro, y no sólo me refiero a las reproducciones, sino al planteamiento en general de la muestra. Si bien una exhibición puede ser entretenida y mover afectos y sensaciones como lo hace Tutankamón, también debería ofrecer información actualizada, además de recursos pedagógicos y expositivos que sirvan a la interpretación de contenidos y en última instancia que fomenten el aprendizaje. Ojalá que algún valiente se trajera la exposición a México, tal vez podamos contactar a la empresa de espectáculos Ocesa, seguro que les sale muy bien.

Imagen: Detalle de la exposición Tutankamón: la tumba y sus tesoros en el Olympiapark de Múnich. Fuente: http://www.daylife.com/

lunes, 8 de junio de 2009

HACIENDA DE LA LOMA: ENTRE PANCHO VILLA Y UNAS PAREDES MUDAS (2 DE 2 PARTES)

En la anterior entrada a este blog comentábamos sobre el incierto régimen administrativo que actualmente pone en riesgo la supervivencia de la histórica Hacienda de La Loma, actual Museo Comunitario “División del Norte” en el ejido de León Guzmán, municipio de Lerdo, Durango.
Me parece indispensable que para entender un poco más del funcionamiento y objetivos de los museos comunitarios en México, consultemos el manual Pasos para crear un museo comunitario publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 1994.[1] En éste se indica que aunque la iniciativa del museo naciera de la población, es indispensable la presencia de un promotor o facilitador cultural profesional que conozca la comunidad y sus formas de organización. También afirma que el museo debe responder a las necesidades y derechos de la comunidad y que es frecuentemente que surja de la necesidad de afirmar la posesión de un patrimonio cuando se ve el riesgo de perderlo. En el caso particular que nos ocupa me parece factible que la población de León Guzmán sí reconoció como elemento de importancia para la comunidad el casco de la Hacienda de La Loma y que su sola existencia fue la simiente para crear el actual museo con la iniciativa compartida del Estado –representado por el INAH- y la comunidad.
Volviendo al manual, indica que es mandatorio que a través de la participación comunitaria se establezca el comité organizador del museo, se desarrollen los contenidos, se recopilen los objetos y se haga la habilitación del espacio. En este proceso la gente se adueña del museo porque participa en su creación, en los procesos de decisión y en su mantenimiento, viéndolo como algo propio, no impuesto. Es evidente que las instalaciones y ambientaciones museográficas en la Hacienda de La Loma responden a este criterio y que muy posiblemente se hicieran bajo la coordinación de un promotor. La elección del tema centralizado en Francisco Villa y la División del Norte, si bien no carece de importancia, me parece que cae en la oficialización exagerada de los eventos relacionados a la revolución, excluyendo otros hechos del pasado virreinal y el siglo XIX y que son importantes para la interpretación integral del sitio. Me preocupa un poco si la comunidad verdaderamente decidió hacer un museo basado en esta única noción, aunque sospecho que procedieron felices y hasta con cierto ánimo reivindicativo.
Sobre la historia relacionada al XIX, vale la pena comentarles que también en el museo se hace mención a que alguna vez Benito Juárez pasó una noche en el casco de la hacienda, esto en su huida hacia los Estados Unidos cuando la invasión francesa. Ambas anécdotas –la pernocta del Benemérito y el nombramiento de Pancho Villa como general en jefe de la División del Norte- me parecen visiones parcializadas de la historia, anécdotas que solamente se detienen en los grandes nombres, omitiendo la explicación de los procesos económicos, políticos y sociales que les dieron origen.
En el museo comunitario tampoco hay mención alguna al continente arquitectónico, a la importancia y estructura de una hacienda algodonera o a la misión jesuita que fuera el primer germen de este asentamiento. Me pregunto si toda esta información no habría sido importante en el proceso de construcción de identidad en esta comunidad lerdense.
Siguiendo con el A, B, C de cómo crear un museo comunitario, también el texto indica que el comité organizador debe coordinar esfuerzos y tareas dentro de la comunidad, custodiar el patrimonio cultural y ser su portavoz al exterior. Hacia al interior sus funciones se orientan principalmente a la coordinación, promoción y enlace. Es muy importante destacar que un comité puede ser una junta vecinal, una unión campesina o una asociación civil que obtiene autorización del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) o del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en la preservación del patrimonio, para crear o mantener museos. En todos los casos deberá solicitar asesoría técnica para la construcción, inventario, mantenimiento y recaudación de cuotas relacionadas.[2]
En cuanto al Museo Comunitario “División del Norte” quiero suponer que el comité estuvo presidido en algún momento por el padre del actual custodio, el Sr. Antúnez y que al fallecimiento de éste se detonó el paulatino abandono del sitio. Aunque me extrañaría muchísimo que hubiera sido ésta la única persona encargada de todas las funciones de conservación, difusión y enlace del museo. En justicia a la labor del custodio, creo que toda la comunidad y las autoridades locales se han desentendido de su patrimonio, tal vez porque desde el principio la iniciativa vino de fuera o fue seguida sectariamente por unos pocos. Ser promotor cultural no es nada fácil.
Sin embargo, también es mi deber comentarles que el ejido de León Guzmán es una comunidad pequeñísima, de difícil acceso, prácticamente un caserío con unas cuantas construcciones, la más grande de ellas la Hacienda de La Loma. Las calles no están pavimentadas y es evidente la escasez de servicios, factores que pueden ser limitantes de la participación ciudadana en cualquier iniciativa sea ésta de carácter cultural o no.
Aunado a todo esto, en la investigación de la periodista Leonor Gómez Barreiro sobre la hacienda se denunció que al día de hoy no se ha logrado determinar quién es el propietario legal del terreno que ocupa el casco y menos quién es el verdadero encargado de su administración. Hay varias facciones en conflicto, primero, dos familias: la Villarreal Hoyos y la Acosta Castañeda se disputan la propiedad. También están dos asociaciones civiles diferentes que buscan hacerse de los derechos sobre la administración de este patrimonio. Una de ellas es la Fundación Unidos por el Nazas Histórico, Cultural y Natural con apoyo del gobernador del estado y del presidente municipal. Del otro lado, la Fundación Lerdo Histórico, presidida por José Vargas Fausto quien obtuvo en comodato el uso del inmueble de la contigua Hacienda La Goma (¿de quién? no sabemos) y que busca hacer en La Loma el Museo Nacional de Pancho Villa y la División del Norte vinculándolo al de La Goma. En lo que se decide lo primero, lo segundo o lo tercero, la empresa constructora privada Artres, auspiciada por el gobierno del estado, ya está planeando la intervención al inmueble, esto aparentemente bajo reglamentación del INAH, habrá que ver.
El Museo Comunitario “División del Norte” en la Hacienda de La Loma es una encrucijada cultural y legal que no encontrará fácilmente salida si la comunidad y las facciones en disputa no encuentran un terreno común de discusión y un arbitraje competente para resolver sus diferencias. En tanto, el museo permanece inaccesible a varios niveles: tanto por su ubicación y el estado de deterioro en que se encuentra, como por la falta de divulgación y lo abigarrado de sus contenidos enfocados solamente en lo anecdótico. Todos estos elementos vuelven al inmueble una serie de paredes mudas a medio caer que como conjunto integrado carece absolutamente de significado.
En cuanto a la comunidad, la buena intención de hacer de este museo un detonante de sus iniciativas culturas y económicas quedó en eso, en buenas intenciones, todo por la falta de seguimiento, las disputas políticas y la desidia generalizada que tan tristemente caracterizan a este país. ¿Será que ahora que están tocando a nuestras puertas el centenario y bicentenario 2010 que la Hacienda de La Loma tiene una segunda oportunidad?


IMAGEN: Interior de la Hacienda de La Loma, 2008

[1] TERESA MORALES, CUAUHTÉMOC CAMARENA, CONSTANTINO VALERIANO. Pasos para crear un museo comunitario. INAH-CONACULTA-DGCP, México: 1994, p.p. 6-12
[2] MORALES, CAMARENA, VALERIANO. Op.cit. p.32-33